Cuando era joven e ingenuo (porque una cosa no necesariamente implica la otra) pensaba que la creatividad era un don: la tenías o no la tenías. «La creatividad NO se puede enseñar» repetía a coro con mis amigos del instituto realimentando una idea romántica y falsa que el imaginario colectivo de aquella época había plantado en nuestra mente. Nos habían enseñado que la inspiración proviene de las musas (o del ser mitológico de turno) y que la creatividad sólo anida en las mentes de unos pocos privilegiados: los grandes genios de la ciencia, la literatura o el arte. Si no eres Mozart, Borges o Einstein entonces eres uno más del montón de los no-creativos. Esta actitud tan pasiva ante la creatividad no deja margen para su desarrollo, mejora o estimulación. Y mucho menos para abordar su estudio; sería como investigar acerca de fantasmas o unicornios.
Sin embargo, en las últimas décadas muchos investigadores (principalmente del ámbito de la psicología) se han lanzado a la caza de estos fantasmas y unicornios y han comenzado a abordar de manera sistemática y rigurosa el estudio de la creatividad. Uno de estos investigadores es el psicólogo Robert J. Sternberg, profesor de desarrollo humano en la Universidad de Cornell. Sternberg propone que la creatividad requiere la confluencia de seis recursos diferentes pero interrelacionados: habilidades intelectuales, conocimiento, determinados estilos de pensamiento, personalidad, motivación y un entorno apropiado. Salvo el entorno (aunque también) todos estos recursos se pueden trabajar, enseñar y potenciar (en mayor o en menor grado). Analizaremos en detalle cada uno de estos recursos en un próximo post, pero lo más importante aquí es señalar que muchas de estas habilidades son en última instancia una decisión personal. Uno decide correr riesgos (personalidad), uno decide auto-motivarse (y no estar pendiente de las recompensas externas), uno decide conocer profundamente un determinado tema. Obviamente, tomar las decisiones correctas no garantiza la creatividad, pero ayuda. Digamos que estas decisiones constituyen condiciones necesarias pero no suficientes.
El hecho de que los recursos necesarios para potenciar la creatividad se puedan enseñar representa un cambio radical en nuestra manera de entender los procesos creativos. Ya no se trata de una cuestión genética (que también) o de una cuestión sobrenatural (que no) sino que es posible desarrollar durante el proceso educativo ciertas habilidades que incrementen el potencial creativo de las personas. Sin caer en el optimismo ingenuo y simplista de aquellos que dicen «todos somos creativos», sí que debemos ser conscientes de cómo funciona la creatividad y de qué habilidades y contextos pueden potenciarla. Debemos escapar de una vez por todas de la trampa dualista de «o eres creativo o no lo eres» y pensar más en un recorrido de la creatividad que es posible transitar, explorar y comprender. En cuanto a los grandes genios: hasta ahora nos hemos centrado en sus obras, quizás sea hora de centrarnos también en los procesos y aprender acerca de cómo se transita el camino de la creatividad.
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