Con la creatividad pasa un poco como con el Universo: por momentos parece que sabemos mucho del tema y resulta que lo que conocemos es una ínfima parte del todo. Los procesos más importantes de la creatividad permanecen aún ocultos en el inconsciente. Todavía es un misterio cómo surge en la mente la epifanía, el momento «Eureka», ese instante en que todo adquiere sentido. Encuentras la solución a un problema que te estaba agobiando desde hacía meses y ni siquiera sabes cómo. Sabemos que algo ocurre allí (aquí) en nuestra mente, pero no sabemos ni qué ni cómo. Nos topamos entonces con lo que podríamos denominar «la materia oscura de la creatividad». Podemos detectar sus efectos, acotar los tiempos, incluso intentar (torpemente) provocar el momento Eureka; pero aún así, estamos todavía muy lejos de comprender una parte muy importante de los procesos creativos.
Pero la dificultad para abordar problemáticas complejas no puede ser una excusa para no intentarlo. Algunas investigaciones comienzan tímidamente a mostrar ciertas aproximaciones a diferentes aspectos de la creatividad. Cada vez hay más evidencia de que la mente no trabaja independientemente del cuerpo que la aloja. Si bien sólo en las últimas décadas se ha podido acceder a la evidencia experimental, la relación entre el cuerpo y la mente ha estado presente en las reflexiones de casi todos los grandes pensadores. Friedrich Nietzsche decía que «todas las grandes ideas se conciben caminando» y de hecho, investigadores de la Universidad de Stanford han demostrado experimentalmente que caminar estimula la creatividad. Algo que ya intuían Aristóteles y sus discípulos de la escuela peripatética, en la que los filósofos debatían sus ideas mientras caminaban alrededor de un patio.
Sin embargo, caminar no es la única manera de estimular el surgimiento de la epifanía; ni tampoco tiene por qué ser la mejor para todos. Algunos encuentran la inspiración en la ducha, o en un buen baño; otros conduciendo el coche, o en sueños, etc. En mi caso, el momento más creativo del día ocurre siempre en el duermevela: ese momento en el que comienzas a transitar el extraño territorio que nos conduce de la vigilia al sueño; un espacio repleto de no-lugares, de objetos sin nombre, de sensaciones que se esfuman apenas comienzan a ser pensadas; esa frontera difusa, que no es ni sueño ni vigilia, sino algo indefinido que desaparece tan pronto como pretendemos nombrarlo. Es precisamente en esa frontera, cuando el centinela de la razón baja la guardia, que se me ocurren las pocas ideas que vale la pena contar. Y tú, ¿cuándo tienes tu momento epifánico?
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