¿Es posible que el lenguaje que hablamos afecte nuestra manera de percibir el mundo? ¿Pueden diferentes lenguajes generar diferentes habilidades cognitivas? Si bien estas interrogaciones no son nuevas, sólo en las últimas décadas ha sido posible comenzar a responderlas correctamente. Algunos estudios en psicología cognitiva muestran cómo el lenguaje condiciona el conocimiento y la construcción de la realidad.
Existen actualmente en el mundo alrededor de siete mil lenguas o dialectos mediante los cuales la gente se comunica. Lo curioso, es que cada lengua requiere de sus hablantes diferentes cosas. Por ejemplo, supongamos que yo quisiera contarles que me encontré con mi tío Ernesto en la 24 Feria Internacional del Libro. En la lengua Mian, que se habla en Papua Nueva Guinea, el verbo que use revelaría si el evento acaba de ocurrir, ocurrió ayer o hace ya mucho tiempo; mientras que en Indonesio, el verbo ni siquiera indicaría si el evento ha ocurrido ya o está aun por ocurrir. En Ruso, el verbo revelaría mi género. En Mandarín, tendría que especificar si mi tío Ernesto lo es por parte de mi padre o de mi madre, si el vínculo es sanguíneo o civil y si mi tío es mayor o menor que mi padre/madre, dado que existen palabras diferentes para cada una de los diferentes «tipos» de tío Ernesto. Por último, si hablara en Pirahã, una lengua del Amazonas, no podría decir 24 ya que no poseen palabras para nombrar números sino sólo palabras como «pocos» o «muchos».
Estos ejemplos podrían parecer sólo una anécdota divertida… peor no son sólo eso. El lenguaje puede modelar los aspectos más fundamentales de la experiencia humana tales como la percepción del espacio, el tiempo, la causalidad o la relación con los otros. En la lengua Kuuk Thaayorre, que habla la población de Pormpuraaw (una pequeña comunidad situada en el noreste de Australia), no existen palabras como izquierda o derecha para nombrar ubicaciones espaciales relativas. Las personas que hablan en Kuuk Thaayorre utilizan palabras que denotan direcciones espaciales «absolutas» tales como norte, sur, este u oeste. En castellano (o en inglés) utilizamos también los puntos cardinales pero sólo para escalas espaciales grandes. Nadie dice, por ejemplo: «la silla está al este de la mesa» o «aquel que está al noroeste de mi hermano es mi primo». Sin embargo, en Kuuk Thaayorre se utilizan los puntos cardinales para referirse a ubicaciones espaciales a todas las escalas. Uno puede escuchar entonces en cualquier momento frases como: «el lápiz negro está al oeste del rojo» o «yo duermo al sudeste de mi padre». Pero… ¿Cómo puede esto afectar la percepción del mundo? Después de todo se trata sólo de una manera de hablar. ¡Pues no! Los habitantes de Pormpuraaw no pierden el norte; deben saber en todo momento donde está para poder hablar correctamente. ¿Puedes tú señalar en este momento dónde está el norte sin pensarlo más de un segundo? Los que hablan Kuuk Thaayorre sí.
Esta percepción particular del espacio que tienen los hablantes de Kuuk Thaayorre afecta también la manera en que organizan el tiempo. En un experimento llevado a cabo por la psicóloga cognitiva Lera Boroditsky, se les entregó a voluntarios hablantes de distintas lenguas (Kuuk Thaayorre, inglés y hebreo) un conjunto de fotografías que mostraban una determinada progresión temporal (el crecimiento de una planta o las etapas de la vida de una persona). Se les pidió entonces que ordenaran las fotos en el suelo siguiendo un orden cronológico (desde el primer suceso hasta el último). Cada persona hizo la prueba dos veces, cada vez sentada de cara hacia un punto cardinal diferente. En todos los casos, las personas de habla inglesa ordenaron las fotografías de izquierda a derecha mientras que los hablantes de hebreo lo hicieron de derecha a izquierda. Estos resultados muestran que la dirección de la escritura condiciona la manera en que organizamos el tiempo. Pero lo más curioso, por supuesto, ocurrió con los hablantes de Kuuk Thaayorre. Éstos no ordenaban las fotos ni de izquierda a derecha ni de derecha a izquierda; lo hacían de este a oeste. Es decir, cuando se sentaban mirando hacia el sur, las ordenaban de izquierda a derecha. Cuando miraban hacia el norte, de derecha a izquierda. Y cuando miraban hacia el este, ordenaban las fotografías hacia ellos. En ningún momento se les dijo hacia dónde estaban mirando, simplemente lo sabían y utilizaban esa orientación espacial para construir su propia representación temporal.
Sorprendente… ¿no?
En el próximo post veremos más ejemplos de cómo el lenguaje modela nuestra manera de pensar y de concebir el mundo.
Fuente: How Language shapes thought – Scientific American 02/2011, 63
Una entrada muy interesante! Saludos!
Gracias, Montse. Volveremos sobre este tema. Un saludo, G/
Me he quedado con ganas de que seguir leyendo. Muy interesante e instructivo.
Gracias, Juan Carlos. Volveremos pronto sobre este tema. A mí también me resulta apasionante. Un abrazo, G/
¡Muy interesante Gustavo! Un saludo,
Matilde
Gracias, Matilde. Me alegro que te haya resultado interesante el post. Es un tema realmente apasionante. Un abrazo, G/
curioso ejercicio para filtrar y descomprimir el ‘cerrado’ universo que nos mueve a repetir frases de un lenguaje imitado y limitado y a la vez ilimitado y por reinventar. Desde luego, el lenguaje define de manera recurrente cada cultura y a sus individuos, pero tratar de hacerlo elástico, de adecuarlo a las necesidades de indagar e inventar nuevas formas de utilizarlo y utilizar la riqueza de los otros para ello es, cuanto menos, un oasis de riqueza inagotable. Gracias por tus reflexiones en voz alta.
Gracias a ti, Roberto, por leer el blog y por tus comentarios. Un abrazo, G/
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