Este es un post que probablemente muchos no entenderán; ojalá me equivoque.
Diego Maradona es, probablemente, uno de los personajes más complejos de las últimas décadas. Sus luces y sus sombras, todos sus logros y todas sus caídas forman parte de un mismo paquete; viene todo junto; lo tomas o lo dejas. Maradona sintetiza muchos elementos de nuestra sociedad contemporánea y me parece un fenómeno sumamente interesante; de hecho su vida daría para varios tratados sociológicos, psicológicos y hasta geopolíticos. Pero hoy voy a hablar sólo del jugador que estaba dentro del campo: del Diego.

El Diego es otro ejemplo más de esa contraposición entre la pasión y la eficiencia. Entre lo que podríamos denominar «lo argentino» y «lo alemán» (por poner un estereotipo fácil). En esta sociedad utilitarista en la que vivimos, obsesionada con los resultados y la eficiencia, no pareciera haber sitio para la pasión, para la felicidad de hacer las cosas. En las últimas décadas, el fútbol pasó de ser uno de los deportes más hermosos a uno de los negocios más lucrativos del mundo. Y como todo negocio llevado por la codicia, lo que se le pide es rendimiento y eficacia. La pasión, la alegría y el «jogo bonito» son efectos colaterales completamente prescindibles. Me da mucha tristeza que el poder económico vuelva a imponerse por sobre los valores que considero más humanos; que la eficacia vuelva a prevalecer por sobre la pasión; que la alegría vuelva a quedar a un costado. El fútbol, se supone, se trata de un juego; y uno juega para ganar, para divertirse y, sobre todo, movido por una pasión que le da sentido a todo ello. Cuando todo esto se pierde, el fútbol se esfuma. Con la muerte del Diego, todo esto se ha ido y sólo queda el negocio del fútbol.

En algunos casos la eficiencia es buena y deseable, pero sólo cuando se aplica a máquinas, procesos y (a veces) a instituciones; no cuando se aplica a personas. Probablemente, como ocurre con todo problema complejo, la solución no pase por pasión o eficiencia, sino más bien por pasión y eficiencia. Al final, se trata simplemente de una elección, ¿es eficiencia lo que queremos para todos los aspectos de nuestra vida? ¿O es felicidad? ¿O será que en ciertos casos es mejor tener más de una que de la otra? El Diego no era un jugador eficiente en el campo; quizás porque no lo necesitaba, porque le sobraba talento. Si hubiese sido, además, eficiente, imaginaos ¡qué jugador habríamos tenido! Pero la mayor virtud del Diego dentro del campo era la pasión que ponía en el juego. Se lo veía disfrutar como un niño, sufrir cuando las cosas no salían bien, se cargaba a todo el equipo a cuestas, alentaba a sus compañeros. He visto a muy pocos jugadores asumir tanta responsabilidad y tanta implicación en el campo. La conjunción de talento, pasión y compromiso era lo que hacía único al Diego.
El mejor jugador de la historia, la persona que le dio alegrías infinitas a tanta gente, aquel que puso en el mapa a los marginados (Argentina, Nápoles) no basaba su juego en la eficiencia sino en la pasión y en la alegría de jugar. Era un niño dentro del campo. Si tuviese que quedarme con una sola imagen del Diego, no sería aquella en la que besa la Copa del Mundo, ni tampoco el segundo gol a los ingleses, ni tantas otras proezas futbolísticas. Elegiría quedarme con este vídeo. Esto es lo que nos deja el Diego, la alegría más absoluta del fútbol y una pasión inigualable por lo que hacía.
En estos últimos años Diego Maradona ya no era ni la sombra de lo que fue; pero lo que fue, no dejará nunca de ser. La muerte del Diego, que hacía ya mucho tiempo que no hacía magia con la pelota, simboliza el fin de una época. El fin de la pasión por el fútbol. El tiempo irá desdibujando la imagen de Maradona y dejará sólo la del Diego. Los excesos se olvidarán y sólo quedará la magia.

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