En los años cincuenta del siglo xx, Donald Newman era un joven estudiante de Matemáticas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y asistía a clases junto con su amigo John Nash, que años más tarde obtendría el Premio Nobel de Economía. Por aquel entonces Newman se encontraba completamente absorto en la resolución de un problema matemático cuya solución se le resistía. Por más que lo intentaba y lo intentaba, no hallaba la manera de resolverlo. Una noche, Newman soñó que le explicaba el problema a Nash y este le decía cómo resolverlo. Al despertarse, no daba crédito a lo que había soñado. Tras algunas semanas de trabajo, logró convertir las sugerencias del Nash onírico en un artículo matemático tangible. Lo más curioso del asunto es que Newman agregó una nota a pie de página agradeciéndole su ayuda. «¡Pero si fue su sueño!» comentó Nash en una ocasión entre risas y perplejidad.

Por supuesto que el caso de Newman no es una rareza; de hecho, es más bien la norma. Friedrich Kekulé descubrió en un sueño la estructura del benceno y Dmitri Mendeléyev hizo lo propio con la tabla periódica de los elementos. En el ámbito literario, Julio Cortázar soñó algunos de sus mejores cuentos mientras que a Mary Shelley le ocurrió lo mismo con algunas escenas de lo que luego sería Frankenstein. Y podríamos extender la lista con músicos, artistas e incluso grandes estadistas como Gandhi, que soñó con una forma de resistencia no violenta para oponerse a la ocupación británica. La investigación actual sugiere que durante el sueño la química cerebral cambia y por lo tanto esto afecta a la manera en que percibimos nuestros propios pensamientos; en este sentido, soñar es simplemente pensar en un estado bioquímico diferente. Durante los sueños (como ocurre también cuando conducimos, nos duchamos o simplemente dejamos vagar nuestra mente) se produce una suspensión del juicio acerca de lo que es lógica o socialmente correcto. Esto permite especular con ideas y posibilidades que durante la vigilia serían descartadas sin ningún remordimiento a partir de prejuicios cognitivos, estéticos o morales. El sueño es un catalizador esencial del pensamiento creativo.
(Este texto es un extracto del libro Creativium. Una mirada creativa de la ciencia. Una mirada científica de la creatividad. – Fotografías de Paula Arbide)
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