Para terminar una semana en la que la Poesía y la Ciencia han sido protagonistas os dejo dos textos que he tomado prestados (vaya eufemismo de plagio) del número 253 de la Revista Litoral dedicado, precisamente, a la Ciencia y la Poesía. He seleccionado estos dos textos porque representan, por un lado, los dos extremos de un increíble período de tiempo que va desde la invención del lenguaje hasta el presente; y, por otro lado, porque representan también la poética de este blog. Espero que os gusten.
Es evidente que antes de la invención de la escritura, allá por el 3000 y pico antes de nuestra era, la de Cristo, en el remoto Sumer de la Mesopotamia (Irak hoy día), no existían, ni podían existir los escritores; del mismo modo que antes de la invención de las letras llevada a cabo por los fenicios o sus parientes cananeos u otros semitas de la zona, en (amplio) redor de lo que hoy es el Líbano, allá por el 2000 y pico antes de Cristo, o sea, de nuestra era, no había, no podía haber literatos ni literatura.
Pero poetas, sí.
Parece ser que desde el mismo momento de la aparición del lenguaje, allá por los recónditos tiempos de la hominización, mucho, muchísimo tiempo (entre 400000 y 40000 años antes de Cristo -pero dentro de nuestra era, la humana-), el homo, el ser humano, el ántropo tuvo, debió de tener, no sólo oído semántico, sino también musical: el ántropo cantaba.
Fue poeta.
Francisco Fortuny
El segundo texto nos transporta al presente (o quizás a un futuro próximo y deseado).
Si Eros resucitase con fuerza y se aliase con Logos,
el mundo se reencantaría de nuevo, de forma casi táctil,
palparíamos de cerca el placer de ser parte del todo
y, amado de nuevo, el planeta se llamaría paraíso.
Haríamos cambios en las preguntas, no en las respuestas,
para volver a interrogarnos acerca del misterio,
sobre el lenguaje del alma y el corazón de los atardeceres,
la verdad y los sueños, el color transparente del tiempo.
Las ideas científicas hablarían despacio con el arte,
y la luminosidad de la conciencia encontraría su sitio
en un hacer que no negase la condición primera del ser,
el intento de unir hecho y valor bajo lo trascendente.
Los poetas hallarían la belleza en todos los rincones
y en cada organismo verían un vórtice de vida,
los árboles y el agua bajo la voz del aire,
urgidos por la esencial relación entre mente y materia.
Y nosotros, en medio, unidad del sentir y el pensar,
libremente invocaríamos a la cooperación silenciosa
con lo que nace y muere, lo que se reproduce,
con nuestra gran maestra, la Tierra, amaneciendo…
María Novo
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