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La literatura como ventana a la mente

La buena literatura sacude literalmente nuestro cerebro e inunda nuestra mente con estímulos y sensaciones excitantes y provocadoras.

La literatura no es tanto lo que se dice sino, sobre todo, cómo se dice. Es la manera en que se expresa lo que se quiere contar lo que separa a la literatura de la mera información. Es la forma por encima del contenido. La buena literatura contrapone una falsa sensación de seguridad, o de certeza lingüística, con la ruptura inesperada de las expectativas a partir de una palabra o una frase que nos obliga a prestar atención y, a veces, a reevaluar lo que acabamos de leer. Algunas figuras retóricas permiten acentuar este efecto. Tal es el caso, entre otros, del «giro funcional» (funcional shift) muy utilizado por Shakespeare. Esta figura retórica genera un cambio gramatical en la frase (utilizando, por ejemplo, un sustantivo como verbo) sin alterar el contenido semántico. Una frase como «Yo liderazgo este pueblo» (en lugar de «Yo lidero este pueblo») es sintácticamente incorrecta pero semánticamente comprensible, más allá de la «sorpresa» que se produce al leerla. 

Shakespeare utilizaba a menudo este tipo de figura retórica, en la que una palabra conocida es utilizada con una nueva función sintáctica (un adjetivo utilizado como sustantivo, sin alterar la morfología de la palabra original). Al utilizar palabras «extrañas» en oraciones aparentemente normales, el cerebro se sorprende y se ve obligado a prestar una atención especial generando un repentino estallido de actividad neuronal. La ruptura intencionada de la sintaxis nos pone en alerta, nos indica (inconscientemente) que algo está mal, pero no interrumpe la lectura ni altera el significado. Esta violación deliberada de las expectativas nos arranca del automatismo de la lectura y nos obliga a adoptar un papel más activo. Más allá del placer estético o de la calidad literaria, estas figuras retóricas constituyen una ventana a la mente que nos permiten comprender mejor su funcionamiento y conocer un poco más las relaciones entre el lenguaje y la actividad cerebral. 

Esta nueva ventana a la mente ha sido aprovechada por algunos estudios de neurolingüística que han analizado qué efectos produce en el cerebro la violación de ciertas reglas sintácticas. Estos trabajos de investigación se basan en el registro no invasivo de la actividad bioeléctrica cerebral (electroencefalografía) que permite estudiar la respuesta del cerebro frente a ciertos estímulos y comprender un poco mejor cómo procesamos el lenguaje.  En particular, existen dos señales eléctricas que pueden proporcionar información relevante acerca del procesamiento sintáctico y semántico del lenguaje. Por un lado, una señal denominada N400, que consiste en un pico negativo que aparece unos cuatrocientos milisegundos después de la excitación (de la lectura o escucha de la frase) y que se relaciona con el contenido semántico de la misma. Por otro lado, tenemos la señal P600, que se manifiesta como un pico positivo, seiscientos milisegundos después del estímulo, y que está asociada con un proceso de reevaluación de la sintaxis o con la detección de anomalías sintácticas.

Teniendo esto en cuenta, se analizó en un estudio [1] la respuesta cerebral de diecisiete participantes mientras escuchaban diferentes frases (tomadas de textos de Shakespeare y adaptadas a un inglés más contemporáneo) con y sin giro funcional. Los resultados muestran que mientras en la señal N400 no se observan diferencias significativas entre las frases con y sin giro funcional, sí se observan cambios en la P600. Esto significa que en ambos casos se comprende el contenido semántico, pero que la presencia del giro funcional induce la detección de una anomalía sintáctica. Por otra parte, es interesante observar que la comprensión semántica se produce antes (a los cuatrocientos milisegundos) que la identificación del error sintáctico (a los seiscientos milisegundos). 

Estudios complementarios [2] utilizando imágenes de resonancia magnética funcional han permitido identificar qué áreas del cerebro se activan durante el procesamiento del lenguaje, tanto del literal como del metafórico o literario. En particular, se ha observado que «el tratamiento de frases con sentido metafórico (en contraste con frases literales) produce activación en el giro singulado, el córtex pre-frontal dorso-lateral (DLPFC) izquierdo y en el lóbulo temporal izquierdo» [3]. Esto significa que el procesamiento del lenguaje no literal requiere más atención, mayor memoria de trabajo y más recursos para su comprensión. Asimismo, se observa también en las imágenes de resonancia magnética funcional que el lenguaje metafórico, el humor y la ironía activan también estructuras neuronales en el hemisferio derecho. Además, estas áreas se activan aún más en el caso de asociaciones nuevas o desconocidas.

Si bien el lenguaje comunicativo, el que utilizamos a diario, se procesa principalmente en el hemisferio izquierdo del cerebro (en las áreas de Broca y de Wernicke), otras formas más elaboradas del lenguaje como pueden ser la metáfora, la ironía, el humor o ciertas figuras retóricas, involucran también al hemisferio derecho en la comprensión del mensaje. Los aspectos no literales del lenguaje requieren por lo tanto de una mayor actividad cerebral y por lo tanto generan en nosotros estímulos y sensaciones muy diferentes a las del lenguaje comunicativo. La buena literatura, aquella que utiliza un lenguaje más trabajado, más desarrollado, sacude literalmente nuestro cerebro e inunda nuestra mente con estímulos y sensaciones excitantes y provocadoras. Como decía Julio Cortázar, la literatura exige la participación activa del lector y no simplemente la lectura mecánica de un texto. 


Referencias

1. Thierry, G. et al. Event-related potential characterisation of the Shakespearean functional shift in narrative sentence structure. NeuroImage40, 923–931 (2008).

2. Keidel, J. L., Davis, P. M., Gonzalez-Diaz, V., Martin, C. D. & Thierry, G. How Shakespeare tempests the brain: Neuroimaging insights. CORTEX49, 1–7 (2012).

3. Martin, C. «Metáfora y neuroimagen: cómo arte y neurociencia se nutren mutuamente» en Schwartz, G.A & Bermúdez, V. (Eds) #Nodos 78 (2017).

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