Epistemología Historia Pensamiento Contemporáneo

¿Prometer o predecir? La ciencia y el futuro.

Inauguramos hoy una nueva sección en el Blog titulada «Foro de Pensamiento Contemporáneo«. Publicaremos aquí contribuciones invitadas de pensadores de diversos ámbitos de la cultura (escritores, músicos, científicos, historiadores, filósofos) que nos darán su particular punto de vista en relación con diferentes cuestiones relacionadas con el pensamiento, la cultura y el conocimiento. Tendremos de este modo la posibilidad de conocer de primera mano las ideas y opiniones de intelectuales situados en la vanguardia del conocimiento. Espero que os guste la propuesta y que disfrutéis de los artículos. Todas las contribuciones al «Foro de Pensamiento Contemporáneo» estarán también disponibles en la pestaña correspondiente en el menú principal.

Quiero agradecer especialmente la gran generosidad de Jaume Navarro (Investigador Ikerbasque) por haber aceptado mi invitación para inaugurar esta nueva sección del Blog. Os dejo con su artículo.

¿Prometer o predecir? La ciencia y el futuro. – Por Jaume Navarro

“La esencia de la ciencia es la profecía. Hasta que un estudiante no es capaz de saber con antelación qué sucederá su conocimiento es de poca validez”. Así se expresaba en 1924 Edwin E. Slosson, el primer editor de Science Service, el servicio americano de divulgación científica. En los mismos meses, Archibald Montgomery Low, ingeniero e inventor británico utilizaba la misma idea en uno de sus muchos libros: “Sería absurdo pretender que el futuro no le interesa a todo el mundo. La profecía fue seguramente la primera de las ciencias. La base fundamental de la vida es la esperanza, y ésta es la filosofía imaginativa que lleva a la invención”. El mensaje no era nuevo. Desde Francis Bacon, a principios del siglo XVII, pasando por la retórica de la Ilustración y del positivismo de Comte, el conocimiento científico se ha pensado a sí mismo como instrumento para la construcción de un futuro mejor: en la curación de enfermedades, la organización social o en la invención de tecnologías para garantizar bienestar.

Esta imagen la vemos muy explícita en el famoso frontispicio del Novum Organum, el libro en el que Francis Bacon desarrollaba en 1620 su método, su nueva lógica, para la obtención de conocimiento cierto y seguro. Unos barcos se aventuran a traspasar los límites marcados por las columnas de Hércules, los límites del conocimiento clásico, para adentrarse en aguas inseguras y hasta peligrosas pero que prometen la adquisición de nuevos bienes. El lema al pie del grabado es significativo: “Multi pertransibunt & augebitur scientia”. Ambos verbos, en futuro. El conocimiento llegará, pues todavía no lo tenemos. Pero, siguiendo la metáfora naval, ¿cuántos de esos barcos llegaron realmente a puerto? ¿cuántos se hundieron? Y, como en el caso de Colón, ¿cuántos arribaron a destinos distintos del inicialmente previsto?

Un optimista ingenuo podría argumentar que el sueño baconiano se ha cumplido. Tras cuatro siglos de ciencia metódica tenemos penicilina, sistemas nacionales para la recaudación de impuestos, o teléfonos móviles para todos. Un tremendista se planteará hasta qué punto nuestra vida tecno-científica es necesariamente mejor que la de tiempos pasados. Aquí no quiero dar pábulo a unos ni a otros. Me gustaría reflexionar sobre la tercera posibilidad: la de que la situación actual no sea el resultado lógico de investigaciones pasadas sino un presente contingente de imposible predicción en sus comienzos. Eso, que en la historia política no resulta problemático (¿quién podía predecir hace ahora un siglo que al año siguiente empezaría la Gran Guerra?), puede hacer fruncir el ceño a más de uno si lo aplicamos a la ciencia.

Y es que hay un discurso habitual (aunque a veces no pasa de eso, de discurso) según el cual la ciencia nos sacará de todos los males imaginables. Sin ir más lejos, hace unos meses oía a una reportera de televisión afirmar sin recato que la investigación científica es importante ya que “nos hará salir de la crisis”. El contexto era una conexión en directo con el Teatro Victoria Eugenia de Donostia donde una serie de premios Nobel en física y en química, en biología y en medicina, explicaban sus trabajos al gran público. ¿Y si no fuera así? Por poner un ejemplo: en el famoso documental Inside Job sobre las causas de la crisis financiera mundial, el presidente de Singapur menciona como posible causa el trasvase de matemáticos, físicos e ingenieros hacia los centros financieros con la consiguiente aplicación de modelos y técnicas de computación válidas en sus respectivas áreas para la obtención de grandes beneficios inmediatos. Esa ingeniería financiera habría creado los hedge funds y las hipotecas subprime; esos hombres y mujeres de ciencia habrían estado en la gestación de la crisis.

Entonces, ¿es posible validar la ciencia en función de promesas de futuro? Ciertamente, una cierta historiografía de la ciencia ha contribuido a este discurso, al presentar muchos logros presentes como el resultado casi necesario de líneas de investigación previas, obviando todas las vueltas y revueltas de eso que llamamos ciencia, con sus fallos, sus vías muertas y sus miserias intrínsecas. La historiografía de la bomba atómica es un caso muy estudiado. En los años inmediatamente posteriores a 1945 la bomba se presentó como la salvación que la Naturaleza había proporcionado para que el Bien (los Aliados, por supuesto) triunfara. Cuando empezaron los movimientos contrarios a la proliferación de armas atómicas y las críticas al uso de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, la respuesta fue similar: la Naturaleza reveló los secretos de la energía nuclear en el momento menos oportuno, justo al estallar la Segunda Guerra Mundial, y era casi imposible no utilizarla. En ambos casos se olvida que la Naturaleza no proporciona bombas, sino que éstas se construyen. Y hay muchas otras cosas que nunca se consiguen desarrollar.

En la actualidad, cualquier investigador con ganas de trabajar en algún tema de su interés se debe enfrentar al terror de llenar páginas y páginas de documentos, informes, currícula en el formato adecuado y una sección acerca del resultado esperado. Detengámonos en este último punto, el de las promesas de futuro. En investigación fundamental, uno no puede saber de antemano qué conseguirá, qué encontrará y qué impacto tendrá ese descubrimiento si es que se llega a dar alguno. Saberlo de antemano invalidaría la propia promesa: caeríamos en el círculo vicioso de la self-fulfilling prophecy. Tampoco en tecnología se puede inferir que una determinada línea de investigación pueda proporcionar un determinado producto. Pero su éxito no está en absoluto garantizado, como tampoco lo está la seguridad de que la vuelta a una técnica pasada vaya a ser “un paso atrás” (aquí me gustaría recomendar el libro de David Edgerton, The Shock of the Old, en el que analiza el paso adelante que han supuesto recientemente técnicas tan “modernas” como el condón o la mosquitera en la lucha contra el SIDA y la malaria).

Promesas de futuro. No estoy seguro de que ése sea el medio más adecuado para justificar el gasto en ciencia en nuestras sociedades modernas. Porque más pronto que tarde, se descubre que muchas de aquellas promesas eran sólo marketing. ¿Dónde están esas vacaciones al espacio que me prometieron cuando, en mi adolescencia, se lanzó el primer transbordador espacial, el Columbia? No sólo no tengo esas vacaciones sino que el último superviviente de aquel programa espacial reposa en la frialdad de un museo en Washington. ¿Dónde están las curaciones al cáncer que me prometieron hace décadas? Quizás las terapias génicas o basadas en células madre sufrirán la misma suerte y tendremos que buscar una nueva esperanza. O, peor todavía: quizás alguna de las promesas que hoy se hacen sí se consigan; pero cuando eso suceda ya nadie estará interesado en el resultado. Es lo que algunos han empezado a estudiar bajo el nombre de “sociología de las expectativas”.

En los últimos meses me he podido entretener con libros de divulgación científica de hace un siglo. Muchos de ellos describen cómo iba a ser el futuro, con todo tipo de detalles. No sé si prefiero el mundo en el que vivo o aquel que me prometían. De lo que sí estoy seguro es de que no se parecen mucho.

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Jaume Navarro es investigador Ikerbasque en el Departamento de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad del País Vasco. Formado en Física y enFilosofía, ha desarrollado su carrera investigadora en las Universidades de Cambridge, Imperial College Londres, Exeter y el Max Planck Insitut für Wissenschaftsgeschichte, en Berlín. Sus intereses se centran en la historia de la física en los siglos XIX y XX, así como en la historia de las relaciones entre ciencia y religión.

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4 comments on “¿Prometer o predecir? La ciencia y el futuro.

  1. Es cierto, todavía hay quien se empecina en tratar de hacer promesas o profecías basadas en la ciencia. Algunos creen, además, que gastar en ciencia es hacer una inversión segura. Claro que eso no es así. Claro que no hay forma de predecir el futuro. Pero ¿qué más da cuáles sean las expectativas, las promesas o las profecías, Jaume? ¿Qué más da que la ciencia las cumpla o no las cumpla? La ciencia es contingente, a todos los efectos lo es. Pero aunque ni siquiera sepamos cómo lo consigue, lo cierto es que lo consigue: nos proporciona una mejor comprensión del mundo que nos rodea y también nos acaba proporcionando bienestar. Y los que nos dedicamos a ella disfrutamos. ¿Qué más le podemos pedir? Yo no quiero que me haga promesas, no las necesito. Me conformo con que funcione como lo hace. Salud. 😉

  2. Estoy de acuerdo, Iñako, con lo que dices. Pero sin embargo veo dos problemas: 1) la evaluación de los proyectos científicos suele estar basada en las promesas que éstos hacen; el que más y mejor promete, más financiación obtiene. ¿Cuándo vamos a comprender que la ciencia es contingente? Este sistema de evaluación no permite que se corran riesgos; sin embargo, en USA sí los corren; ellos arriesgan más. 2) el otro problema es que se corre el riesgo de aburrir y desencantar con la acumulación de promesas incumplidas. En otro post (https://gustavoarielschwartz.org/2013/07/16/el-poder-transformador-de-la-mentira/) he escrito que «El hombre ha abrazado el arte, la religión y la ciencia, y las ha soltado alternativamente en cuanto vio que no cumplían con lo prometido…» Me parece que es mejor que de una vez por todas tengamos un poco más clara la contingencia de eso que llamamos progreso.

  3. Pingback: tendencias flujo-sociales | EL flujo de la Cultura

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