Literatura

Reír para contarla

Lo más horrible se aprende en seguida

y lo hermoso nos cuesta la vida

Silvio Rodríguez

 

Este es un breve relato que escribí hace un tiempo. Espero que lo disfrutéis.

Si este tipo dejara de mirarme de esa manera, quizás podría concentrarme en lo que les estaba contando. A ver… voy a intentar continuar con la historia… ¡Joder! ¡Qué fría que está esta mesa!  Perdón… me distraje otra vez; es que no puedo evitarlo, todo esto es nuevo para mí. A lo que íbamos; parece mentira que haya sido mi primera vez (y la última), que nunca antes lo hubiera intentado; es que para ser honestos, siempre me dio un poco de miedo el asunto. Cuando era niño, una mirada de mi padre bastaba para que ni siquiera lo intentase; “con una sonrisa es suficiente”, solía decir. Ya de más grande la cosa empezó a darme un poco de asco y opté por olvidarme del tema; esas arcadas espasmódicas, esos sonidos guturales y esa transformación de la cara me parecían tan grotescos, tan salvajes, tan ajenos a la naturaleza humana y a las buenas costumbres que hasta los había borrado de mis sueños; pero debo admitir que de haber sabido cómo era la cosa lo hubiera intentado mucho antes; y además, visto lo visto, hubiera ido de a poco. Pero ya se sabe, la experiencia no es como el conocimiento, la experiencia no se puede transmitir, no se puede enseñar; ¡joder! ¡Qué poco hemos avanzado! No sería acaso mucho más inteligente enseñar a reír, a querer, a besar, que enseñar a construir rascacielos, satélites o coches. ¡Dios mío; si me hubiera escuchado hace una semana diciendo estas palabras! Pero bueno… ya me estoy yendo por las ramas, como siempre; es que a cierta edad… ustedes sabrán disculpar ligeras desviaciones de lo que les iba a contar. ¿Por dónde iba? ¡Ah, si!, lo del parque. Ayer por la tarde, luego de que mi nieta se ganara una estúpida pistola de agua tras haber pescado del pescuezo unos patos de plástico que flotaban en un pequeño carrusel, nos sentamos con mi hija y mi yerno en la cafetería del parque de atracciones. Obviamente, lo primero que hizo la niña cuando trajeron los cafés y el agua fue cargar el depósito de la bendita pistola; ¡ya va a empezar a joder con la puñetera pistolita!, pensé. El hastío era más que evidente en mi rostro y mi hija no dejaba de recriminármelo; la pobre creía que todavía podía cambiar algo en mí; me obligaba a pasear con mi nieta en la absurda creencia de que eso podía cambiarme; como si yo tuviese algo que modificar de la intachable vida que había llevado hasta entonces. ¿Qué coños podría querer cambiar yo a esta altura de mi vida? ¿Qué podría aprender yo de una mocosa de seis años? Y mientras la niña correteaba alrededor de la mesa con la pistola de agua en la mano, mi hija volvía a reprocharme por enésima vez mi falta de cariño hacia la cría; y mientras mi hija me reprendía yo buscaba apoyo en la mirada de mi yerno; con él sí se podía conversar; él era como yo: serio, responsable, correcto y gentil; hablábamos de negocios, de coches, de inversiones, en fin… cosas que mi hija nunca comprendería; y mientras pensaba en eso ocurrió lo inevitable; tanto correr, tanto saltar, la mocosa terminó en el suelo, llorando; mi hija se acercó para consolarla y yo recogí la bendita pistola para ver si la terminábamos de una buena vez. Y fue entonces cuando ocurrió algo extraño; no sé si habrá sido por un reflejo ancestral de mis años en el ejército o por algún azar traicionero, pero la cuestión es que la pistola acabó, incomprensiblemente, empuñada en mi mano derecha. La niña continuaba llorando mientras mi dedo índice acariciaba sensualmente el gatillo de la pistola; la textura del plástico me resultaba desconocida pero la empuñadura se dejaba acariciar sin miramientos; ejercí entonces una ligera presión sobre el gatillo; sentí que apenas ofrecía resistencia y entonces presioné un poco más y luego volví a soltarlo; repetí el juego dos o tres veces empujando cada vez un poco más; finalmente arremetí hasta el fondo y la pistola, estremecida, descargó toda su ira sobre el rostro de mi yerno. El tiempo se detuvo por un instante y todos nos miramos calculando la reacción apropiada; la niña, que no medía sus reacciones, cortó el llanto en seco y emitió un sonido que pareció una risa lastrada de lágrimas;  todos continuamos mirándonos, tensos, sin saber cómo reaccionar y entonces volví a disparar sobre el rostro empapado de mi yerno que me miraba como quien ve por primera vez a un hombre con tres cabezas; la niña volvió a reír, esta vez más fuerte y más claro; moví ligeramente la mano y disparé de nuevo, esta vez sobre la cara de mi hija; la niña se descojonaba de la risa y yo, lentamente, comencé a imitarla; dos disparos más bastaron para que mi hija secundara mis carcajadas, que a medida que aumentaban mermaban mi puntería haciendo que los siguientes disparos a mi yerno terminasen uno en el hombro y el otro en la mesa del fondo; yo no podía dejar de reír ni de disparar; mi cuerpo se retorcía de maneras que yo desconocía y eso me causaba aún más gracia; y continuaba disparando, ya sin importar adonde; uno de esos disparos fue a dar en mi propio rostro y entonces mi hija y mi nieta se ahogaban de la risa mientras mi yerno, todavía perplejo y serio, se secaba la cara con un pañuelo. Me dolían todos los músculos de la cara; pero no era un dolor amargo como el que yo había conocido hasta entonces; el dolor era distinto; era un dolor dulce, delicioso, que apenas tuve tiempo de saborear. Continué riéndome sin parar durante toda la noche… y ahora estoy aquí, sobre esta mesa fría completamente desnudo. El forense que ahora vuelve a mirarme, absolutamente perplejo, no puede explicarse cómo un muerto puede tener semejante sonrisa dibujada en el rostro; en sus veinticinco años de carrera nunca había visto algo igual. Menea suavemente la cabeza sin terminarse de creer lo que está viendo y coge el bisturí. Yo mejor me voy, las autopsias me impresionan un poco.

Este cuento pertenece a la colección de relatos El otro lado


4 comments on “Reír para contarla

  1. Me ha gustado muchísimo, además no había leído el título al empezar.

  2. Ey, muy bueno :), enhorabuena

  3. NoireMelbouriana

    Brillante ironía.
    Me ha sacudido la estupidez matinal.
    Esa especie de nube que nos invade al mirarnos el ombligo todo el tiempo.
    Gracias por compartir el relato!
    Cientifica agradecida

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