Comunicación Epistemología

Cuando la realidad no concuerda con nuestras convicciones

Hace ya unos cuantos años me crucé por casualidad (que es como suelen ocurrir la cosas más interesantes) con un sorprendente libro del psicólogo y filósofo Paul Watzlawick con el sugerente título: ¿Es real la realidad? Entre muchos otros ejemplos interesantes, Watzlawick describe allí un experimento que muestra de una manera brutal cómo los seres humanos preferimos elaborar retorcidas historias acercas de las observaciones que hacemos del mundo para que éstas concuerden con nuestras convicciones antes que modificar estas últimas para que concuerden con lo observado. Es, si se quiere, un caso extremo de La falacia narrativa que hemos visto en el post anterior. Transcribo a continuación el texto de Watzlawick y recomiendo la lectura de su libro.

En la universidad de Stanford, John C. Wright construyó una […] máquina […] a la que bautizó con el nombre de “máquina tragaperras de múltiples brazos”. En realidad [la máquina] no tiene ningún brazo, sino 16 botones idénticos y sin inscripciones, dispuestos en forma circular sobre una especie de tablero. En el centro del círculo [con los 16 botones] se coloca un decimoséptimo botón idéntico a los anteriores. Encima de los botones figura un marcador.

La persona sometida al experimento se sienta ante el tablero y recibe las siguientes instrucciones:

“Su tarea consiste en pulsar los botones de tal forma que consiga en el marcador la más alta cifra que le sea posible. Usted no sabe, naturalmente, cómo conseguirlo, y al principio tiene que guiarse por pruebas al azar. Poco a poco, irá usted mejorando. Cuando oprima el botón adecuado, o uno de una serie de botones adecuados, oirá un zumbido y el marcador anotará una unidad más. Por cada tecla correctamente pulsada ganará un punto y en ningún caso perderá los puntos ya conseguidos. Comience usted pulsando uno de los botones del círculo. Luego, oprima el botón de control del centro para ver si ha ganado. Si es así, al oprimir el botón de control sonará el zumbido. A continuación, vuelva a oprimir un botón del círculo (el mismo que la vez anterior u otro distinto) y compruebe de nuevo el resultado pulsando la tecla de control. Por tanto, cada vez que pulse un botón del círculo, debe oprimir también a continuación la tecla de control.”

Pero lo que el sujeto del experimento no sabe es que la “recompensa” (el zumbido que le comunica que ha pulsado la tecla “correcta”) es no contingente, es decir, que no existe relación ninguna entre la tecla oprimida y el zumbido.

El experimento se compone de una serie de 325 intentos (pulsaciones de botón) divididos en 13 grupos de 25 intentos por grupo. En el decurso de los diez primeros grupos (los 250 primeros intentos), el sujeto del experimento recibe un cierto número de confirmaciones (zumbidos), pero dados de forma indiscriminada, de suerte que el sujeto puede hacer, a lo sumo, suposiciones muy imprecisas sobre las (inexistentes) reglas que cree tener que descubrir. Durante el ensayo de los grupos once y doce (es decir, durante los cincuenta ensayos siguientes) no se escucha ningún zumbido; en el último grupo (los últimos 25 ensayos), hay un zumbido por cada pulsación.

Imaginemos ahora la situación producida por el experimento. Tras haber pulsado sin éxito varias teclas, se oye, por vez primera, el zumbido. Como una de las condiciones del experimento es la prohibición de tomar notas, se intentará repetir de alguna manera la operación “acertada” [como la paloma supersticiosa del post anterior]. Pero las tentativas fracasasn una y otra vez, hasta que, por fin, se escucha otro zumbido. Al principio se tiene la sensación de que aquello no tiene pies ni cabeza. Luego, poco a poco, se van formando ciertas hipótesis al parecer fiables. Y, de pronto, es como si todo se viniera otra vez abajo (grupo de ensayos 11 y 12), y queda en entredicho cuanto se había conseguido hasta el momento, pues ni uno siquiera de los ensayos consigue buen resultado. Cuando ya se ha perdido toda esperanza, se hace, de pronto, el descubrimiento decisivo: a partir de este instante (grupo 13), el éxito alcanza al cien por cien de los casos: se ha hallado la solución.

Llegados a este punto, se le explica al sujeto el órden que se ha seguido realmente en la prueba. Pero el sujeto tiene tan inconmovible confianza en la exactitud de la solución conseguida con tanto esfuerzo que al principio se resiste a aceptar la verdad. Hay algunos que llegan incluso a sospechar que el director del experimento ha sido víctima de un engaño o que ellos han acertado en descubrir una regularidad, hasta entonces desconocida, en la aparente arbitrariedad del aparato (es decir, de un mecanismmo que produce o no, enteramente al azar, el zumbido cuando se oprime el botón). En algunos casos se hace preciso mostrar a los sujetos los dispositivos internos de la máquina, para que vean con sus propios ojos que los 16 botones no están conectados con ninguna otra pieza, y lleguen a convencerse de la no contingencia del experimento.

Lo bueno de esta prueba es que destaca con nitidez la naturaleza de un problema humano universal: si, tras larga búsqueda y penosa incertidumbre, creemos haber hallado al fin la solución de un problema, nuestra postura, lastrada de una fuerte carga emocional, puede ser tan inquebrantable que preferimos calificar de falsos o irreales los hechos innegables que contradicen nuestra explicación, antes que acomodar nuestra explicación a los hechos. No hace falta añadir que semejantes retoques de la realidad pueden tener muy dudosas repercusiones sobre nuestra adecuación al mundo real.

Es realmente preocupante la convicción y la virulencia con la que podemos llegar a defender ideas falsas, absolutamente convencidos de que son verdaderas. Es realmente sorprendente cuán capaces somos de encontrar regularidades y cuánto nos cuesta abandonarlas. Creo que este tipo de ejemplos debería incluirse en los programas de estudios de muchas carreras… nos ahorraríamos unas cuantas disputas inútiles.

Fuente: ¿Es real la realidad? – Paul Watzlawick – Herder (1992)


2 comments on “Cuando la realidad no concuerda con nuestras convicciones

  1. Pingback: La falacia narrativa – Arte, Literatura y Ciencia

  2. Las emociones nublan o bloquean nuestra percepción de la «realidad» y determina nuestro juicio.
    Para mi sí hubo penalty!!

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